Escrito por Reinaldo Cedeño Pineda
Los vi llorar frente al diablo que ardía, frente a las aguas. Él era un compositor barbadense, ella una bailarina nórdica. Los había entrevistado en mis andanzas en la Fiesta del Fuego. Lágrimas frente a las chispas, el último día. Esa imagen era el símbolo perfecto del Festival del Caribe: la mixtura, el encuentro de culturas, las raíces del mundo.
Ahora que desde este 3 de julio, el Festival va a las redes, que ya son cuarenta años, la memoria se inunda. El Caribe tiene mucho de impromptu, de inusitado. Lo caótico es parte de su ser, aunque al final todo se arregla.
La directora de la revista vespertina abrió los ojos cuando conversé con aquel músico curazoleño. Las preguntas en español y las respuestas en papiamento. Una palabra por aquí, un gesto por allá. La comunicación es más que una palabra, es un espíritu.
Hubo otra conversación inusitada con la poeta boricua Eneida Rodríguez, cuando acabamos, olvidados del micrófono, recitando juntos aquellos versos de Lola Rodríguez de Tió: “Cuba y Puerto Rico son / de un pájaro las dos alas, / reciben floros o balas / sobre el mismo corazón”.
¿Es más que un poema, verdad?, la impulso. Ella susurra: “Sí, es más… porque te cala, porque es algo de verdad, porque te toca… aquí”. Y se da un golpe en el lugar de los latidos. La radio es sonido para ver ¿Quién se atreve a decir que los oyentes no vieron su mano apretada contra el pecho? ¿Quién?.
A la salida del santiaguero teatro Martí, frente a la Placita de Santo Tomás ―donde tantas veces se reunió Frank País con sus amigos― me encontré con la boricua Lucecita Benítez. Recién había comenzado a estudiar Periodismo, me le planté en la puerta. Fue poco lo que pude obtener, mas la invitación fue personal: “Lleva gente para allá para el Anfiteatro”, me dijo, la mano sobre el hombro.
En el Anfiteatro Mariana Grajales, Tres mujeres del Caribe cantaron a una voz, en el estertor de los ochenta. Inconfundibles: Lucecita Benítez, Sonia Silvestre, Sara González. Vuelvo allí, a esa atmósfera. La radio todo lo puede.
No es la primera vez que cuento como debí reptar, abrirme paso entre el gentío salido hasta de las paredes, estirar mi brazo, alzar mi grabadora… para lograr unas palabras de Gabriel García Márquez, el Nobel de Aracataca. Aquel salón del teatro Heredia se sofocaba.
El celo por su seguridad, devino en secuestro. Lo extrajeron de aquel salón repleto y mi entrevista en ciernes quedó trunca, como un lienzo a medio trazo. La entrevista no fue, pero emergió la crónica. Al mismísimo Nobel, le di un tazón de su propio chocolate: si fabular era la clave del periodismo, mi trabajo se llamaría El secuestro de García Márquez.
COMENTARIO de Orlando Vergés Martínez, Director de la Casa del Caribe
Me puso los pelos de punta y casi que aparecieron lágrimas en mis ojos. Una excelente crónica, diría brillante crónica. Aprovecho y acoto que de aquella memorable visita apenas hay fotos, Daniela Anaya consiguió algunas no hace mucho. Tampoco creo tengamos mucho de lo que entonces se publicó en los periódicos. Esta crónica oportuna llenará ese vacío sobre todo porque la visita del Gabo a Santiago y al Festival estuvo siempre signada por eso que tu dices… el secuestro… Mejor título no podría tener. Cosa similar sucedió cuando estuvo en la Casa del Caribe… nunca vi cosa igual. A está altura del tiempo creo q aquella casi obsesiva seguridad,no era sino celo de alguien.
Eso pasa con figuras de esa talla. De aquella noche en la Casa del Caribe deseo recordar algunos momentos. Algo similar le sucedió al escritor y periodista colombiano Wilian Ospina, quien esperaba ansioso a García Márquez para entrevistarlo y nada… también fue secuestrado. Jorge Luis Hernández, escritor y editor de nuestra Revista Del Caribe, había sido encargado por Joel para que fuera el anfitrión del Gabo a su paso por la Casa, la intención era clara, pero igual, los secuestradores sólo le permitieron llevarlo al encuentro con Joel en el Salón de Protocolo. Yo tuve un poco más de suerte que todos ustedes… Joel, osado como era, me ordenó le explicara al Gabo y al Dr. Armando Hart, entonces ministro de Cultura, una ceremonia a Shango que oficiaba el querido y ya desaparecido líder religioso Vicente Portuondo. Llevaba yo sólo dos años en la Casa del Caribe, era muy joven y no tenía aquellos conocimientos sobre religión para ese nivel… pero me las arreglé y salió bien. Algo más de una hora estuve hablándole al oído al mismísimo premio Nobel, yo no era de los secuestradores y así de jamón, como dicen los santiagueros, secuestre al hombre. De las preguntas e inquietudes del Gabo sobre aquella ceremonia a Shango tengo en el tintero algunas impresiones que algún día escribiré.
Una gran amiga colombiana, Chela Castro, que estaba allí, me dijo unos años después, que ella me había sacado algunas fotos con García Márquez y Hart, pero lamentablemente, nunca me las ha podido dar, parece que no las encuentra. Así las cosas, en cierta forma, yo que me había creído secuestrador y oportunista, también fui víctima de aquellos secuestros.