Por Orlando Verges Martínez
Siempre que termina un Festival del Caribe, justo en el momento en el que la gente allí reunida pega el grito emocionado y al unánime de… Fuego!! , y que se queme todo lo malo… entro yo en una especie de depresión alegre.
Un extraña y reconfortante sensación, que nos sobrecoge e ilumina, y que al mismo tiempo nos compromete con la venidera Fiesta del Fuego.
Cuando cayó el Diablo que quemaron los grupos portadores cubano haitianos liderados por el grupo Barrancas de Palma Soriano y la popular orquesta Karachi rompió con su contagioso ritmo, Daniela, la subdirectora de la Casa del Caribe y coordinadora del Festival y yo, nos fundimos en un abrazo después de comprobar desde la tarima, que aquella cifra de 20 mil personas que se reunían en esa esperada ceremonia final, se había superado con creces. No había forma de medir en cuánto, no sabremos nunca en cuánto se multiplicó.
Cuando el Festival del Caribe llega de esa manera al litoral santiaguero, es una señal clara de que la semana que le precedió fue intensa y nada excluyente. Eso anima y compromete.
Quienes nos antecedieron ya lo sabían, el mejor resultado es el de estimular el sentido común y la solidaridad humana desde la cultura. Si todos quedamos felices, aún y en medio de las adversas circunstancias de nuestro país y del mundo, entonces se derramó la alegría.
El cariño y el abrazo de tanta gente nos dará vida para otros Festivales que estarán por venir.
Abrazos.